Ya en su día cuando vi esta película, padecí ciertos sentimientos confusos. Notaba que había aspectos, detalles, denuncias, propuestas que me agradaban, que compartía , pero no me sentía satisfecho. Barruntaba ( como decían mis abuelos utilizando un verbo precioso y ya en desuso) algo confuso, algo que no dejaba posicionarme a favor de la película...
Hoy, la lectura de este análisis, de Fernández Enguita en la tribuna de El País, me quita confusión y da la razón a mi intuición, de la que, por otra parte, hago caso CASI SIEMPRE. La transcribo tal cual está.
La educación banalizada
¿Quién
puede estar satisfecho con el estado de la educación? No vivimos una
catástrofe, pues el acceso se ha expandido, los medios se han multiplicado, el
conocimiento alcanza cuotas antes inimaginables, etcétera, pero la mayoría de
países están descontentos con sus resultados, las desigualdades se eternizan,
la presión sobre la adolescencia se torna excesiva, el malestar docente crece,
la institución pierde pie ante los nuevos medios y políticas y proyectos no dan
los resultados apetecidos.
Ese es el panorama en que aparece La educación prohibida, un documental que critica el actual
modelo escolar, sugiere algunas alternativas y lo envuelve todo en una confusa
cháchara de la que es difícil sacar algo en claro. Vale recordar que la
escolarización universal ha tenido por función formar súbditos y asalariados,
pero no se debería olvidar que también ha contribuido a la ciudadanía política
y social, es excesivo vincularla al nazismo y no cabe ignorar lo que debe a la
demanda popular y al expansionismo profesional.
A esa escuela ya anacrónica opone el
documental, en el filo entre el reformismo pedagógico y la desescolarización,
experiencias que asoman superficialmente a la pantalla o se presumen en la base
de un alud de mensajes de maestros, pedagogos y publicistas varios. El resumen
es que los niños se desarrollan mejor solos, sin que nadie pretenda dirigirlos,
idea expresada en las manidas metáforas de la planta, el árbol o el bosque a
las que ahora se suman la célula: todo lo que el niño necesita para aprender lo
tiene dentro, repite la enésima versión de esa letanía inmanentista que desde
la mayeútica de Platón, pasando por la educación negativa de Rousseau, llega
hasta cierta manera actual de entender el aprendizaje activo o el
constructivismo. Quienes creían que naturaleza y cultura funcionan de manera opuesta
se equivocan: dejen crecer libremente al niño, que no será Kaspar Hauser sino
Einstein.
Amenizado con una inverosímil y cursi
dramatización con adolescentes, el grueso documental se centra siempre en la
educación infantil, que impregna todo el argumento con su aroma. Por ahí entra
más fácilmente el empalagoso desfile de todos los buenismos: amor, diálogo,
mirada, alegría, armonía, cooperación, gozo... Ahí cabe invocar a Montessori,
Steiner o Freire, pero a su rebufo se cuelan Gatto, Krishnamurti y, peor, un
popurrí de sistémicos, holísticos, predicadores zen, maestros espirituales,
obradores de milagros...
He de confesar que me dormí viendo el
documental y tuve que rebobinarlo. Lo que ocupa dos horas y media cabría en
una, y la parte que vale la pena en menos. Pero, más que el contenido, lo
realmente intrigante es por qué se ha difundido así. Por un lado, desde luego,
revela el desconcierto y el descontento reinantes en la educación y la avidez
con que educadores y otros buscamos respuestas. Por otro, sin embargo, temo que
refleje una preocupante tendencia a la trivialización del debate y la búsqueda
de soluciones sencillas y mágicas. En el último decenio no podría citar un
libro o artículo que haya suscitado una atención generalizada en este ámbito. La
escuela pertenece a la era Gutenberg, pero los profesores parecen más atentos
al audiovisual. No imagino un congreso de economistas, por ejemplo, proyectando
Wall Street o Inside job, dos magníficos filmes, pero decenas de encuentros de
educadores lo han hecho con La lengua de las mariposas, Todo empieza hoy, La
ola o La clase. Y estas, aunque algo inclinadas a complacer a su público, eran,
al fin y al cabo, buenas películas; no querría ver a la profesión reunida en
torno al artificioso La educación
prohibida o a la
insufrible Katmandú.
Mariano Fernández Enguita es catedrático de Sociologia en la
Universidad Complutense. www.enguita.info